Hijos policiales
Hoy que está en cuestionamiento la salud mental del
personal policial, me viene a la mente los recuerdos oscuros, violentos y
traumáticos que vivió aquel niño que conocí en un centro para menores,
irónicamente, habiendo sido criado por un matrimonio de policías.
Imagen tomada del portal web de América TV |
Todos hemos visto en los últimos días lo crueles que pueden llegar a ser estos efectivos que se supone deben dar seguridad e imponer el orden. En vez de eso, amenazan, violan y matan sin un ápice de duda. “Joven denuncia a tres policías de haberla violado” se lee por un lado; “policía dispara a dos mujeres por negarse a tomar con él” se lee al día siguiente en los diarios.
Imagen tomada de ATV Noticias |
Uno se cuestiona inmediatamente y se pregunta qué
ha podido pasar por la cabeza de estos policías para actuar de esa manera
atroz. ¿Acaso en su formación no detectaron que eran personas, por decir lo
menos, inestables? ¿No existen controles psicológicos en las escuelas de
policías? ¿Hasta ahora siguen importando más los contactos que los méritos
propios?
El joven que conocí una vez, en la actualidad es un
profesional que pudo enrumbar su vida y aún sigue luchando por vencer las taras
ocasionadas por aquella época de violencia que vivió en el seno familiar. Por
un lado, un padre presente en cuerpo, pero ausente en alma, mitómano, impulsivo
y que nunca pudo superar el origen de todos sus males: el alcoholismo; por el
otro, una madre colérica, de baja autoestima, de prioridades desordenadas y
poco afán de superación. Era el cóctel perfecto para una historia tormentosa y
llena de desgracias.
Desde muy pequeño fue testigo de los descalabros
que cometía su padre a causa del alcohol. De cómo en vez de construir algo para
sí mismo y su familia, parecía poseído por la desidia mientras veía cómo
derrumbaba todo lo que tocaba a su paso. El muchacho me contó como el padre en
cuestión puso su vida en riesgo al menos unas tres veces delante de él. Cómo
esos recuerdos lo persiguen ocasionalmente y no puede creer que a pesar de todo
ello, su padre aún siga siendo víctima de sus propios vicios.
Llegué a entablar una cercana relación de confianza
con este chico, ya que era raro que él contara las terribles cosas que vivió. Me
contó que en una ocasión, en medio de una fuerte discusión de pareja, el papá
se abrió casi toda la piel del antebrazo por romper una ventana. Un profundo y
recto corte que dejó a la vista toda la carne y músculos que se esconden bajo
la piel. El grito de dolor era ensordecedor, los vecinos salieron todos a sus
puertas e inmediatamente tuvo que hacer presión en la hemorragia. La sangre se esparció inmediatamente por cada
lugar que él pasaba hasta llegar al centro médico.
Años después, cuando ya se habían mudado a otro
lugar pasó algo que ni en sus peores pesadillas se pudo imaginar. Una vez más
en medio de una discusión de pareja, el padre presa de la desesperación se
colgó del balcón del cuarto piso donde vivían, amenazando con la intención de tirarse.
El niño ya era un adolescente en ese entonces y no dudó ni un segundo en
tomarlo a su padre del brazo y traerlo de vuelta a tierra firme. Los recuerdos
después de ese acto que lo llevó al límite son borrosos para él.
En otra ocasión, el niño recordó otro episodio de
los más violentos que le tocó vivir si es que los descritos hasta el momento no
lo son suficiente. Nuevamente, en medio de una discusión de pareja y envuelto
en la desesperación, su padre intentó atentar contra su vida una vez más. Luego
de intercambiar muchos gritos e insultos con su esposa, atravesó raudamente la
cocina, cogió uno de los cuchillos más grandes y se encerró en el cuarto de
lavandería. Como esta habitación tenía una puerta de cristal, el muchacho pudo
ver a través de ella cómo su padre había colocado la punta del cuchillo a la
altura de su ombligo y amenazaba con clavárselo. Nuevamente, el muchacho no lo
pensó dos veces y de un certero puñetazo rompió el cristal para quitarle el
objeto punzocortante a su padre y evitar una tragedia mayor.
Producto de este golpe, la mano del joven sangraba
por haberse provocado cortes con el vidrio. Luego de reprimir a su padre por
ese acto de locura, se encerró en su cuarto a llorar desconsoladamente y a
preguntarse qué había hecho él para merecer vivir esa situación. No atendió a
las súplicas de su madre para salir de su habitación y se encerró dos días
seguidos sin querer ver a nadie y ahora sí sin importarle lo que pase afuera de
esas cuatro paredes que eran su refugio personal.
A medida que aquel niño iba creciendo, podía
analizar con mejor perspectiva a qué se debía tanto conflicto en casa. ¿Por qué
si se supone que ambos padres fueron formados para ser personas que iban a
servir y proteger a los demás, nunca pudieron entablar una relación estable y
medianamente sana entre ellos? ¿Cómo es que después de tantos años haciéndose
daño aún insistían en permanecer juntos? ¿Acaso había alguna solución para que
pare el sufrimiento?
Una de sus hipótesis fue pensar que en la escuela
de policías en vez de formar a los cadetes, los transformaban en máquinas sin
sentimientos; que operaban en base a sus intereses y no se inmutaban con nada
hasta conseguirlos. Que sin importar lo que ocurriera a su alrededor, siempre
tenían que salirse con la suya. Y no solo pensaba eso de su padre, sino
también de su madre.
El muchacho terminó este relato contándome cómo su
mamá en una ocasión también había intentado atentar contra su vida; pero esa
historia ya será para otro capítulo….
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